Miedo a la libertad

SIEMPRE recordaré mis años en la Complutense cuando corríamos delante de los grises montados a caballo. El franquismo tenía mucho miedo a la libertad y por eso la reprimía. Pero había en la sociedad española un sector que no se dejaba intimidar. Muchos pagaron un alto precio personal en aquella lucha contra la dictadura.

Aquel espíritu inconformista es hoy simplemente un vestigio del pasado. Los españoles se han vuelto acomodaticios y temerosos del poder. Una gran parte de la prensa se dedica a loar las hazañas del Gobierno o a explotar la frivolidad.

Nadie tiene ganas de criticar a los de arriba porque hay miedo a perder los privilegios. Los intelectuales no piensan, los políticos son sumisos, los empresarios están para obtener los favores del poder, los sindicatos sólo se defienden a sí mismos y las élites sólo creen en el dinero.

En este contexto, la falta de ejemplaridad de la clase dirigente es pasmosa. Y hay silencios que resuenan de forma clamorosa, como el de los medios que no han dicho ni una sola palabra sobre el fichaje de Rodrigo Rato por el Santander, difícilmente comprensible tras su gestión en Bankia.

No hay tampoco en los grandes partidos ni la menor voluntad de corregir el inquietante fenómeno de la corrupción. Ahí esta el esperpéntico y ridículo plan que el Gobierno aprobó el viernes y que está colgado en la web de Moncloa. Jamás he visto tamaña tomadura de pelo.

La sensación que tenemos muchos ciudadanos es que los políticos son incapaces de afrontar los enormes retos del momento y que su única preocupación es mantener los notables privilegios de los que disfrutan y a los que se niegan a renunciar. Ahí está la tenaz resistencia del Gobierno a reformar la Administración, verdadero ejemplo de incompetencia y despilfarro.

Lo peor que nos puede pasar es salir de esta durísima crisis sin resolver estos graves problemas por la sencilla razón de que si no somos capaces de desprendernos de ese lastre, estamos condenados a seguir viviendo en un país injusto y atrabiliario, con unas instituciones gravemente desprestigiadas, empezando por la monarquía.

España necesita reformas importantes y no puramente cosméticas y una renovación de la clase política que ni Rajoy ni Rubalcaba están capacitados para liderar porque son el fruto de un sistema que agoniza. Pero no daremos un paso si no cambiamos nuestro sistema de valores y no asumimos que los principales responsables de lo que nos pasa somos nosotros.